A lo largo del tiempo, las conmemoraciones de la Independencia han experimentado cambios significativos, capturando siempre la esencia única de la cultura vigente en la localidad y dejando huella del carácter distintivo impreso por los sucesos políticos y sociales en nuestra nación.
Hace unos años, las festividades patrias comenzaron a tener lugar en el Centro Histórico, siguiendo la misma tradición que aún perdura. Este cambio coincidió con la orden de Porfirio Díaz de trasladar la campana que el cura Hidalgo había hecho sonar en la iglesia de Dolores al balcón principal del Palacio Nacional. Desde 1896, la campana ha repicado cada año en manos del presidente en turno, marcando el inicio de las festividades.
Estos eventos de grandiosidad y regocijo contrastan fuertemente con la primera celebración que tuvo lugar el 16 de septiembre de 1812 en Huichapan, un pueblo en Hidalgo. En esta ocasión, Ignacio López Rayón fue el responsable de la organización, tal como lo relata Emmanuel Carballo en su obra «Las fiestas patrias en la narrativa nacional», fuente a la cual recurrimos para realizar este relato.
16 de septiembre, declarado como día conmemorativo
Fue en 1824 cuando el Congreso Constituyente de México oficializó el 16 de septiembre como el día conmemorativo del inicio de la lucha por la independencia. En el año siguiente, las autoridades de la capital emitieron un bando instando a los ciudadanos a decorar e iluminar sus hogares con símbolos patrios.
Al mismo tiempo, el presidente Guadalupe Victoria recibía felicitaciones alusivas de diplomáticos y líderes civiles y eclesiásticos. Ese año marcó el debut de un desfile por las calles de la Ciudad de México, celebrando el espíritu patriótico.
En las décadas posteriores, las festividades no escaparon a las vicisitudes de la nación. La arenga de Miguel Hidalgo («¡Mueran los gachupines!») inspiró a muchos mexicanos, especialmente después del fallido intento de reconquista española en 1829.
Sin embargo, en 1847, debido a la presencia de las fuerzas del general Scott, los ánimos en la capital no estaban para celebraciones, y los festejos de ese año tuvieron que ser cancelados.
Celebración del 16 de septiembre en el porfiriato
La historia de las celebraciones patrias también registró momentos turbulentos, como el incidente durante el desfile militar del 16 de septiembre de 1897. En ese desfile, mientras pasaba por la Alameda, un hombre bajo los efectos del alcohol se abalanzó desde la multitud para atacar a Porfirio Díaz. Aunque el atacante, llamado Arnulfo Arollo, fue detenido inmediatamente, el presidente continuó su recorrido como si nada hubiera sucedido.
Esa noche, una turba asaltó la comisaría donde estaba detenido Arollo, resultando en su linchamiento. Esta dramática historia es recreada por el novelista Álvaro Uribe en «Expediente del atentado», que posteriormente fue llevada al cine en una versión dirigida por Jorge Fons.
Los fastos conmemorativos del centenario del inicio de la gesta de Independencia no pudieron enmascarar el descontento social que desencadenó finalmente en 1910, tal como fue meticulosamente registrado en sus diarios por el novelista y dramaturgo mexicano Federico Gamboa.
En sus relatos, Gamboa describió cómo desde uno de los balcones del Palacio Nacional observó la entrada tumultuosa de manifestantes maderistas al Zócalo. Estos manifestantes portaban una pancarta que llevaba la imagen del futuro «Apóstol de la Democracia».
En ese momento, el autor de la novela «Santa», quien en esa época ejercía como funcionario porfirista, recurrió al cinismo al explicar a un diplomático extranjero perplejo, ubicado a su lado, que los clamores en el desconocido idioma local eran en realidad aclamaciones al presidente Porfirio Díaz, cuya joven imagen barbada sostenían los manifestantes.
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