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Junto a una de las vías históricas más ancestrales de la metrópolis, se erige el venerable templo de San Hipólito, cuya rica historia se remonta al siglo XVI, dotándolo de un profundo legado que lo sitúa como un destacado enclave arraigado en el corazón de la ciudad.
Además de los escasos vestigios que persisten del emblemático ahuehuete, pocos elementos tangibles subsisten como testigos de la histórica Noche Triste o Noche de la victoria depende de dónde se mire. Entre estos escasos vestigios se encuentra el templo de San Hipólito, que se alza en un sitio estratégico a lo largo de la antigua calzada Tlacopan, emergiendo como un destacado hito de aquella época.
Este recinto, en la actualidad, congrega a una multitud de devotos cada 28 de octubre para rendir homenaje a san Judas Tadeo, pero su historia tiene sus raíces en la fatídica noche del 30 de junio de 1520.
En esa trágica jornada, tras la masacre en el Templo Mayor, los conquistadores españoles y sus aliados se vieron forzados a huir de la ciudad de México-Tenochtitlan, llevando consigo los tesoros que habían saqueado. En su tumultuosa escapada hacia el pueblo de Tlacopan, hoy conocido como Tacuba, fueron emboscados y acosados por las tropas mexicas.
El lodo y las aguas del lago atraparon a numerosos hombres y caballos, con estimaciones de pérdidas hispanas que varían entre los ochocientos sesenta, según el relato de Bernal Díaz del Castillo, y quinientos españoles junto a cerca de cinco mil tlaxcaltecas, según otras fuentes.
Independientemente de la cifra exacta, es evidente que las bajas fueron notables. Los cronistas de la época cuentan que, al amanecer del 1 de julio de 1520, ya en seguridad en Tacuba, Hernán Cortés derramó lágrimas amargas al comprender la magnitud de su derrota.
Posteriormente, tras la caída de Tenochtitlan, en memoria de los caídos en aquella encarnizada batalla, el conquistador solicitó la construcción de una ermita en el lugar donde perecieron sus hombres.
Según los registros de Luis González Obregón, la construcción de lo que eventualmente sería el cimiento del templo de San Hipólito fue encomendada al soldado africano de nombre Juan Garrido. En sus inicios, se le conoció como la Ermita de los Mártires, y su dedicación a san Hipólito, cuya festividad se celebra el 13 de agosto, marcó el día de la victoria definitiva de los españoles.
Con el transcurrir del tiempo, en las inmediaciones de la modesta capilla comenzaron a surgir otros edificios. Según el libro «Hospedería de Santo Tomás de Villanueva y su entorno» de la historiadora María Cristina Montoya Rivero, en 1567, el fraile Bernardino Álvarez solicitó al ayuntamiento un terreno adyacente a la ermita para la construcción de un hospital destinado a enfermos mentales. Gracias al apoyo financiero de diversos benefactores, este complejo se concluyó a principios del siglo XVII y se considera el primer hospital psiquiátrico en el país.
En el año 1736, surgió un nuevo templo de estilo barroco que reemplazó al original, que ya se encontraba en ruinoso estado.
Conmemoraciones históricas en el Templo de San Hipólito
A pesar de haber experimentado varias modificaciones desde entonces, el lugar aún conserva algunos elementos notables, como un relieve arquitectónico peculiar en la barda del atrio. Esta obra, diseñada por el arquitecto José Damián Ortiz de Castro, conmemora los eventos ocurridos hace quinientos años y hace referencia a los presagios que precedieron a la caída de Tenochtitlan.
El relieve narra la leyenda del labrador, una historia que relata el secuestro de un campesino por un águila, que lo llevó a una oscura caverna donde también se encontraba Moctezuma II. En ese lugar, una voz misteriosa le ordenó quemar el muslo del emperador como un acto para revelar su arrogancia e insensibilidad. Esta misma voz le indicó regresar al día siguiente para mostrarle al gobernante lo acontecido y advertirle sobre las consecuencias de su comportamiento despectivo para su futuro.
Dentro de su obra «México viejo: noticias históricas, tradiciones, leyendas y costumbres», González Obregón retoma la versión de fray Diego Durán sobre esta narrativa y resalta la intriga que despierta el monumento: «Tal es el significado de ese relieve que muchos viajeros y habitantes de la ciudad lo observan sin comprenderlo: cada individuo lo interpreta a su manera, nadie acierta con la verdad, y esto se debe a que la leyenda está documentada en crónicas antiguas que no todos han tenido acceso a leer».
En la actualidad, al igual que la leyenda, pocos son conscientes de la existencia de esta escultura. Algunos, incluso, la asocian erróneamente con el mito griego del rapto de Ganimedes. Sin embargo, lo que está ampliamente reconocido es la devoción que suscita san Judas Tadeo, venerado en este templo desde 1982.
Desde la época virreinal, este recinto ha sido testigo de una celebración anual destacada: «El paseo del pendón», que conmemoraba la victoria de los españoles sobre México-Tenochtitlan y la fundación de la Ciudad de México.
Según la historiadora Montoya Rivero, esta festividad consistía en una procesión que comenzaba la víspera del 13 de agosto desde el edificio del cabildo en la Plaza Mayor hasta el Templo de San Hipólito; al día siguiente, la procesión se invertía.
El pendón real encabezaba este desfile y era portado por el regidor de mayor antigüedad, mientras que el gremio de los plateros llevaba una representación de san Hipólito. Este evento, que incluía corridas de toros, reunía al virrey, así como a las autoridades civiles y religiosas, sirviendo como un acto de lealtad a la Corona. Con el tiempo, esta festividad perdió relevancia y, con los años, la participación popular fue menguando hasta caer en el olvido.
Siglos después, el templo continúa siendo un lugar de peregrinación y celebración, pero ahora es principalmente visitado por devotos de san Judas Tadeo, quienes acuden en masa el día 28 de cada mes y, en especial, durante el mes de octubre, llenando el lugar y sus alrededores de fervor y júbilo.